jueves, 10 de enero de 2013

CIUDADANO VII: GENERACION ZOMBIE






"Acabar contigo es un placer" 
-Discurso Zombie

Plaza las Américas. Un viernes alto en maleficios de lujo y compras. La lucha es lenta. Cuando haces la entrada, la cruzada airada de los autos como en un pozo bien vestido de pirañas comienza con el más bello de sus males: el estacionamiento. Vigilas el "hueco" legítimo, que te pertenece por derecho del ego. Vigilas casi obsesivo, con buen encojonamiento. Eres animal y terrestre, no queda duda, ejerces, el bombeo de malas palabras, y le quitas el "parking"- a buen decir como en Castilla, La Vieja-al que parece inofensivo, bienhechor, cristiano, o el pendejo más natural que se retira en silencio tras otra oportunidad en la zona dura de los lotes que se abren entre el bióxido de carbono y las puertas putísimas que inician la seducción de los ojos...y la cartera. Poco te importan, los demás, acéptalo. Te importas tú, y el recorrido por las tiendas, el recorrido por las damiselas de las luces, el renombre frito a la americana, o el bostezo de corte vago al estilo París, de la boutique inflada en precios y productos. Devorado estás, devorado eres. Así empieza esta ciudadanía, contigo mismo como comida. Los zombies te miran mientras te vas consumiendo, te aflojas bocado a bocado, los huesos trituran tu último celaje de placer. Eres extraordinario en tu exterminio. Los zombies te felicitan. Los has superado.

 ¿Irónico, verdad? De este modo, las plagas de cadáveres andantes de la ficción nos sirven como metáfora para entender la complejidad de nuestra sociedad posmoderna. Si Maurice Blanchot definía la muerte como aquello que no se localiza en el acontecimiento, estos horripilantes no-muertos viven esa prolongación, proponen, a través de la espectacularidad de su código visual, un encuentro con el miedo y con el acontecimiento del ser. Y nosotros, su continuidad. Véase al gatillero, drogado, insulso, barato, caníbal. Abre fuego con pistola. Mata, al objetivo y al que no lo es. Puede ser un niño, una mujer embarazada, un anciano, un mortal más mortal que el tipo, que terminará contrahecho por los disparos futuros. Muerte estrujada, diría Nicolás, el albañil con quien tomé café esta mañana. O, “chicos malos que les gusta la acción” podría decir la chica inconsciente y trasnochada, entre sus tacas, falda desnuda, buen maquillaje, pelo suelto, y barnizada de Midori y cigarrillo de despegue, precisamente buscando a quien devorar para luego devorarse ella. ¿No parece interesante? Véase la competencia desleal, como credo religioso; el ultimar los sueños o buen desempeño de otros para imponernos nosotros. Buena comida, supongo. Somos miedo. Somos pérdida viva, sin siquiera ser la muerte una frontera con palabra de liberación. La ontología zombie redescubre entonces los espacios de la intimidad que habían permanecido sepultados bajo los paradigmas tecnoafectivos actuales, por la publicidad masiva y el hiperconsumismo descontrolado. Ver de nuevo a George Romero, y su zaga fílmica sobre esos seres atroces en duermevela nos despierta en una ventana cruda, con veneno como florero. Nuestro Apocalipsis ha dejado muy atrás al del evangelista Juan.


Acabo de recordar al Michael Focault. En su libro Les Mots et les choses (Las palabras y las cosas) me dice qué hay cosas que los hombres tratan de cambiar, que hay unas que valen más que otras, existen ciertas de ellas, que siendo inútiles, tienen un alto valor en tanto que otras, indispensables, tienen un valor nulo. Así, pues, no se trata de saber de acuerdo con qué mecanismo pueden representarse las riquezas entre sí (y por medio de esta riqueza universalmente representativa que es el metal precioso), sino por qué los objetos del deseo y de la necesidad tienen que ser representados, cómo se da el valor de una cosa y por qué se puede afirmar que vale tanto o tanto más. De aquí nuestra mala eternidad, nuestro ostracismo. Recuerdo a Michael Focault y su teorema del poder, el deseo del poder, el poder como consumo.

Estoy en la redes sociales. Veo muchos zombies, bellos, fugaces, grandilocuentes, mojados en gentileza, que viven paralelos, devorando, dejando sin palabras a cualquier alma que los comunique. Jorge Fernández Gonzalo, brillante poeta y filósofo español nos ilustra en su ensayo Filosofía Zombie el automatismo de las relaciones virtuales, donde ocurre una capa somnífera de sensaciones y sentimientos concretos, pero, y es un pero mayúsculo, ocurre la consumición. Alguien sale devorado porque existe susurrado y demente un juego de poder. Tan actual como el de Focault. El escenario entre juego de correos, fotos-reales o entredichas-y el silabario, la parafernalia poética para comerse las almas, entre otros efectos del ninguneo hacen refrescante el hito salvador de la red social como “canal de amor”. Tenemos pues, que el zombie sale de la escena más macabra de cualquier película y  entra en el matiz de la computadora, y come a gusto, sigiloso, sincronizado, veraz, y regresa a su nicho, siempre con los ojos abiertos.

Spinoza habló alguna vez de la felicidad. Como poeta me atrevo a pensar en ella, a zurcirla de acontecimiento para muchedumbres, pero, ¿qué hay allá afuera? ¿podremos cambiarlo? ¿podremos amar una rebeldía personal que nos ayude a no ser parte de la mayoría?

Creo que a nadie le gustaría llevar en su alma la frase, “fue un placer, acabar conmigo”.


Marioantonio Rosa. 2013
Derechos Reservados.

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