"Acabar contigo es un placer"
-Discurso Zombie
Plaza las Américas. Un viernes alto en maleficios de
lujo y compras. La lucha es lenta. Cuando haces la entrada, la cruzada
airada de los autos como en un pozo bien vestido de pirañas comienza con
el más bello de sus males: el estacionamiento. Vigilas el "hueco"
legítimo, que te pertenece por derecho del ego. Vigilas casi obsesivo,
con buen encojonamiento. Eres animal y terrestre, no queda duda,
ejerces, el bombeo de malas palabras, y le quitas el "parking"- a buen
decir como en Castilla, La Vieja-al que parece inofensivo,
bienhechor, cristiano, o el pendejo más natural que se retira en
silencio tras otra oportunidad en la zona dura de los lotes que se abren
entre el bióxido de carbono y las puertas putísimas que inician la
seducción de los ojos...y la cartera. Poco te importan, los demás,
acéptalo. Te importas tú, y el recorrido por las tiendas, el recorrido
por las damiselas de las luces, el renombre frito a la americana, o el
bostezo de corte vago al estilo París, de la boutique inflada en precios
y productos. Devorado estás, devorado eres. Así empieza esta
ciudadanía, contigo mismo como comida. Los zombies te miran mientras te vas consumiendo, te aflojas bocado a bocado, los huesos trituran tu último celaje de placer. Eres extraordinario en tu exterminio. Los zombies te felicitan. Los has superado.
¿Irónico, verdad? De este modo, las plagas de cadáveres andantes de
la ficción nos sirven como metáfora para entender la complejidad de
nuestra sociedad posmoderna. Si Maurice Blanchot definía la muerte como
aquello que no se localiza en el acontecimiento, estos horripilantes
no-muertos viven esa prolongación, proponen, a través de la
espectacularidad de su código visual, un encuentro con el miedo y con el
acontecimiento del ser. Y nosotros, su continuidad. Véase al gatillero,
drogado, insulso, barato, caníbal. Abre fuego con pistola. Mata, al
objetivo y al que no lo es. Puede ser un niño, una mujer embarazada, un
anciano, un mortal más mortal que el tipo, que terminará contrahecho por
los disparos futuros. Muerte estrujada, diría Nicolás, el albañil con
quien tomé café esta mañana. O, “chicos malos que les gusta la acción”
podría decir la chica inconsciente y trasnochada, entre sus tacas,
falda desnuda, buen maquillaje, pelo suelto, y barnizada de Midori y
cigarrillo de despegue, precisamente buscando a quien devorar para
luego devorarse ella. ¿No parece interesante? Véase la competencia
desleal, como credo religioso; el ultimar los sueños o buen desempeño de
otros para imponernos nosotros. Buena comida, supongo. Somos miedo.
Somos pérdida viva, sin siquiera ser la muerte una frontera con palabra
de liberación. La ontología zombie redescubre entonces los
espacios de la intimidad que habían permanecido sepultados bajo los
paradigmas tecnoafectivos actuales, por la publicidad masiva y el
hiperconsumismo descontrolado. Ver de nuevo a George Romero, y su zaga
fílmica sobre esos seres atroces en duermevela nos despierta en una
ventana cruda, con veneno como florero. Nuestro Apocalipsis ha dejado
muy atrás al del evangelista Juan.
Acabo de recordar al Michael Focault. En su libro Les Mots et les choses (Las palabras y las cosas)
me dice qué hay cosas que los hombres tratan de cambiar, que hay unas
que valen más que otras, existen ciertas de ellas, que siendo inútiles,
tienen un alto valor en tanto que otras, indispensables, tienen un valor
nulo. Así, pues, no se trata de saber de acuerdo con qué mecanismo
pueden representarse las riquezas entre sí (y por medio de esta riqueza
universalmente representativa que es el metal precioso), sino por qué
los objetos del deseo y de la necesidad tienen que ser representados,
cómo se da el valor de una cosa y por qué se puede afirmar que vale
tanto o tanto más. De aquí nuestra mala eternidad, nuestro ostracismo.
Recuerdo a Michael Focault y su teorema del poder, el deseo del poder,
el poder como consumo.
Estoy en la redes sociales. Veo muchos zombies, bellos,
fugaces, grandilocuentes, mojados en gentileza, que viven paralelos,
devorando, dejando sin palabras a cualquier alma que los comunique.
Jorge Fernández Gonzalo, brillante poeta y filósofo español nos ilustra
en su ensayo Filosofía Zombie el automatismo de las relaciones
virtuales, donde ocurre una capa somnífera de sensaciones y sentimientos
concretos, pero, y es un pero mayúsculo, ocurre la consumición. Alguien
sale devorado porque existe susurrado y demente un juego de poder. Tan
actual como el de Focault. El escenario entre juego de correos,
fotos-reales o entredichas-y el silabario, la parafernalia poética para
comerse las almas, entre otros efectos del ninguneo hacen refrescante el
hito salvador de la red social como “canal de amor”. Tenemos pues, que
el zombie sale de la escena más macabra de cualquier película y
entra en el matiz de la computadora, y come a gusto, sigiloso,
sincronizado, veraz, y regresa a su nicho, siempre con los ojos
abiertos.
Spinoza habló alguna vez de la felicidad. Como poeta me atrevo a
pensar en ella, a zurcirla de acontecimiento para muchedumbres, pero,
¿qué hay allá afuera? ¿podremos cambiarlo? ¿podremos amar una rebeldía
personal que nos ayude a no ser parte de la mayoría?
Creo que a nadie le gustaría llevar en su alma la frase, “fue un placer, acabar conmigo”.
Marioantonio Rosa. 2013
Derechos Reservados.
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