"Nací a la orilla del mar.
Mi primera
idea del movimiento y de la danza
me ha venido
seguramente del ritmo de las olas..."
-Isadora
Duncan
Era cierto.
Ese mar ya imantado y corpóreo bajo la longitud de la Bahía de San Francisco,
la acompañaría siempre, algo así, como un equipaje tan querido, que no solo se
repite en las manos, sino que sigue repitiéndose en los ojos, y de ahí hasta el
alma. Hubo una danza primogénita que le brindaba celajes y
artilugios,desbocados y brillantes. Muy cierto fue, que ya diva de la escena
nos llevó a que no la olvidáramos nunca al pronunciar las palabras de la
eternidad; “¡Adieu, mes amis. Je vais à la gloire! "en Niza,
Francia, la noche del 14 de septiembre abordando el automóvil Amilcar
francés modelo GS de 1924. Horas más tarde,un accidente la llevaría a
otro rumbo, sepultada en un oráculo aún sabroso para las conjeturas.
Estrangulada estaba Isadora Duncan en el asiento del pasajero con su propia
indumentaria, mientras otra vez dijo; “Je vais à l'amour” abrigadaa
su consorte de turno el guapo mecánico italiano Benoît Falchetto, a quienella
irónicamente había apodado “Bugatti”. Un tiempo atrás, estaba
muy niña, mirando las olas de la bahía, viendo como sincronizaban contra
el cielo yel aire, un baile perfecto y a la vez imperceptible. Allí estaba la
respuesta que nunca abandonaría su espíritu, su alma o lo que sea.
La Bahía,
¿maestra del destino? No se sabe, pero Isadora desarrolló un lenguaje que la
fue alejando de todo lo vivido, aprendido y registrado en los anales de la
danza clásica. Lo que sucedió entre ese coito ajeno a toda carnalidad, cama o
rincón razonable, se lo llevó ella, vibrante y promisora. Allí, en esa marea
personalmente mágica, ocurrió la liberación que la llevaría a la leyenda. Le
van fascinando las expresiones artísticas de la Grecia clásica, y muy especialmente
los vasos decorados con figuras danzantes. De ellas adoptará algunos elementos
característicos de su danza, tales como inclinar la cabeza hacia atrás como las
bacantes. Es en este ademán ya perdido por los dioses, donde brotará pura y
magnética la rúbrica de Isadora; lo demás fueron los aplausos, frondosos
bosques color cristal que le besaban los hombros y le decían al oído las albas
necesarias para su consagración. Su vida fue un anillo de naves quemadas
siempre; su vida tuvo el vociferar que la pérdida acostumbra desfilar contra
las almas, pero en ella, ni siquiera se acercó. Fue su victoria. Anduvo sola,
quizá me parece que su mejor acompañante fue ese gran baile que echaba sal
en su oblicuidad, echaba sombras blancas que le recogían el sueño,las visiones,
y otros personajes en catálisis. Ese Expresionismo, grande en
fiebres, definido en la Alemania del Siglo XX y descrito como la deformación de
la realidad para expresar de forma más subjetiva la naturaleza y el ser humano,
dando primacía a la expresión de los sentimientos más que a la
descripción objetiva de la realidad, fue la que hizo mujer extrapolable, sobre
todo ámbito, cuerpo geográfico, o espacio.
¿La visitó
el amor? Ella siempre tuvo la puerta abierta, muy libre, cortando su propia época
y los géneros. Su cama talentosa era bisexual, pero yo persigo el celaje de
Sergei Esenin, poeta que he amado desde que leí sus versos, o mejor, su poema
invencible María Posádnitsa el cual la censura zarista vetó.
El Poeta Esenin reconocido por Gorki como exponente de la
intelectualidad campesina. Sergei Esenin, el visionario que se propuso
explicar el arte y el universo poético, a través de toda una teoría, vertida
con audacia en su ensayo Las llaves de María y en el
artículo Arte y vivencia, donde discursaba que todo arte está
basado en imágenes y es en la plasticidad de dichas imágenes es que se
constituye la clave del arte popular.
Tal vez en
ese momento, sus labios se unieron a los de Isadora, que pensaba lo mismo,
miles de millas de distancia, en otro tiempo, frente a la Bahía de San
Francisco. Y se unieron, y fue amor, pero las trampas del alcohol y la
nostalgia lo llevaron al suicidio, pero Isadora se lo llevó como un prendedor a
la raíz de su alma y de su aliento. Ella dice que lo quiso, y el final
desaparece en la lectura de sus espejos; el poeta vive todavía con ella, sin
despedirse.
Verla, casi
inhibida de gravedad, con esa cabriola de asalto que hacen las mariposas parece
regresar hoy a la frontera demi café y de este domingo entre el amor y el
silencio. Verla como esa antorchalenta y sin trifulca que va bordando el
costado de la escena, adivinando, abriendo, siguiendo un cielo para traerlo y
dejarlo ahí ante nuestros ojos, con revolución y liberación, sin desmayo y
dispuesto a perderse en nuestros sentidos. Pincel perfecto, que zozobra en su
estatua, para la vida, para el mundo. Isadora era una niña solitaria y retraída
que solía jugar en la playa mientras observaba el mar.
Esa noche
del 14 de septiembre, bien vestiday llena de luna dijo unas palabras. Ella supo lo que dijo.
Marioantonio
Rosa 2013
Derechos
Reservados
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