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martes, 18 de diciembre de 2012
Ciudad Vacía, o Antipoema de Navidad
hay azúcar en las ventanas,
y ángeles huérfanos buscan pedazos de almas,
para parpadear o irse a los silencios,
tengo aire en las manos,
aire mayor y deshabitado
abro mis regalos y mis limosnas
busco ropa tibia, iluminada en sueños,
busco un viejo frasco de milagros
donde se repita el celaje al Paraíso
soy como estas calles delgadas
o soy como tú, en el protocolo del abrazo,
todos contra todos, y la felicidad
hecha a los disparos del último criminal
los niños perdidos en la muerte
por un psicópata en Connecticut
o los lagos del hambre, desbordados,
en los ojos de los niños de Senegal,
o el flagelo de las bombas en Palestina
donde la sangre se desnuda contraria,
y los niños esconden su inocencia
bajo un túnel donde la vida no respira,
y yo, como tú, celebro,
me maquillo con palabras enlazadas,
uso perfume, y canto villancicos,
bailo los escándalos y las bocinas
hago patria, usando mis cadenas,
mientras la droga adorna sus recintos
y vamos a la iglesia deshechos en amargos,
la familia nos ama, y nos dan aguinaldos,
y en la noche asesinarán a dos deambulantes,
porque deben pocos pesos de heroína,
y el pobre seguirá sin nada, y yo,
consumo una buena cena hasta el hartazgo
y doy raciones de caridad,
para que la conciencia corte su pan y sus pecados,
el mundo termina el viernes, dicen Los Mayas,
pero no me importa, se equivocaron,
yo existo sobre la vida, no hay fin,
vivir esta tragedia,
hay fiesta de Navidad,
y estamos celebrando.
Marioantonio Rosa. 2012
Derechos Reservados.
sábado, 15 de diciembre de 2012
CIUDADANO VI: Deportación a SHANGRI-LA
James Hilton pudo nombrarla en su manuscrito de 1933, Lost Horizon con su imaginación garbosa, perdido dulcemente en la fruta de sus paisajes, en las fisuras astrales que le llenaban con visitas milenarias. La escribió isla, y luego la hizo paraíso. Ya el Génesis hacía mucho tiempo era pecado original, Adán y Eva estaban vestidos y Caín con el hueso del asno en rúbrica de sangre sobre Abel, el primer crimen de esta tierra. De modo que James Hilton era libre y ajeno a los oficios de la deidad para poderse definir amo de una estancia imaginaria, irradiando mosaicos para sonámbulos, cuchillos contra el insomnio, tapices para asfixiar la cotidianidad, y lámparas únicamente posibles para la desnudez. Fue tierno, James Hilton. Supo desnudarse con su propia lámpara y dejarla encendida para que ésta se derramada ante nosotros. Lámpara madura del ingenio. Giovanni Bocaccio en su Decameron imaginaba simientes entre el deseo, la sorna, el amor o la fortuna, pero Hilton se desviaba muy travieso al paroxismo. Pisó Shangri-La, se llenó con su aroma, borraba toda serpiente que pudiera enroscarse entre árboles de sabiduría, y se entregó a la elevación. No ha regresado.
Posiblemente voy a ser un intruso cuando pise la cercanía de su arena. Su amapola mal escrita con estrellas caídas, su cal para milagros, sus únicos dos puntos cardinales: Horizonte o eternidad. Confieso mi pequeñez, confieso el diminutivo de una voz que entra, desde adentro, y se presenta sencilla lejana de las gentes. Confieso tener pesadillas para piratas. También, la poesía no me ayuda, por el contrario, avisa más placer para quedarme. Pero un hombre como yo, se le haría muy difícil acercarme a un cuerpo celeste, tibetano, esplendor, dotado en un idioma para ángeles perdidos. Recordaba a Madame Blavatsky rompiendo los silencios para Isis, o luchando como una loca para que Isis no probara la ceguera de los velos. Anoche me tomaba un té entre rituales palaciegos. Mientras, me esfumaba en Shangri-La. La vi mujer, la vi como un amor con piel de salamandras y tambores, o como el amor de ese chico adolescente que llevó a su amada hasta Culebra para ver un amanecer. Con locura de música me deporto, insondable, también inconcluso. Las costas tienen tibieza de senos, y de palabras para besar los senos, y el cuerpo. Allí no existe la sombra de las vestiduras. No hay vacío.
Primero llegas como niño, y el agua sonrosa llagas de tu pasado, y las cicatriza. Después caminas lacerado con la luz de un sol entre pájaros diestros en visiones, o diestros en marcar la piel para nunca retornar. Los piélagos tienen estatuas de peces, colmenas hervidas en memorias para elegidos. Y piensas cuántas veces pudo perderse un poema de sal que hablara entre bautismos o salvaciones. A veces tiemblas como perdido, como despojado del mundo. Es que no hay mundo. Debes saber, si te arrodillas en Shangri-La, que el mundo que conoces, vives, maldices, deprimes, o sientes, no tiene cabida en esta limpia antigravedad. Tú, eres el único, y el amor tu lengua y tu comida. Te debes lealtad frente al umbral. Tu conciencia, ADN, raza en residencia, organismos del tedio, genuflexiones para el odio, todo, todo, se ama con la NADA. Próximo a ser tu propio pasajero, ardes, vital, sin regreso.
Ha sonado mi teléfono. Una realidad me trae desde la fugaz ciudadanía del gozo.
Nadie se pierde, sólo transmigramos.
Marioantonio Rosa. 2012
Derechos Reservados.
martes, 4 de diciembre de 2012
CIUDADANO V: DONDE UNA CIUDAD LLEVA UN NOMBRE DE AGUA
”Más allá se extendían las llanuras, donde alcanzaban la perfección esas aromáticas sustancias que también hoy produce la tierra y están hechas ya de raíces, ya de hierbas, de árboles, flores o frutos. Todo esto producía en abundancia aquella isla santificada, cuando aún estaba bajo el sol."
Platón
Critias y Timeo
Sobre La Atlántida
a Lynnette Mabel Pérez y Lulú Collazo, en la conversación de vida
Me despierto con el mar. Llevo en el sonido de mis ojos el sargazo de una playa aún remota para mi infancia. El bramido del mar tiene un hogar de celajes en mis oídos y junto a la memoria ha ido, en ceguera blanca, para que nadie le toque. Las olas traen tesoros. Robinson Crusoe partido entre las olas llegaba a una isla, y fue de ella; su arena, su línea de fantasía, su relato entre mareas ágiles. Pablo, el apóstol, se arrimaba con fatiga luego de una gran tormenta a la isla de Malta con el aún salado verbo de Cristo, en los labios, y el cárdeno cuerpo de las resurrecciones. Tiempo después el almirante genovés descifraba un código de algas y una gaviota extraviada a cielo mediano, a caduceo indeciso; a veces círculos, a veces a ras diagonal, a veces deseo de más altura. Supo que había tierra muy cerca. Abrió sus mapas: la sospecha era luminosa. Vicente Yáñez Pinzón, capitán de la carabela La Niña subió al mástil de navegación y divisó lo que, muchos meses antes, era considerado la locura por excelencia: la redondez de la tierra. Yo le añado: el umbral del Nuevo Mundo.
Muchas veces hemos leído esa historia, ahora actualizada por las
navegaciones de los vikingos, y el diario perdido de un explorador cuyo
nombre no recuerdo, que confiase sus notas a Cristóbal Colón y éste,
vociferaba su autoría en las cortes españolas. Incierta es la historia
de los hombres. Hoy seré ciudadano de una mucho más particular. De niño,
mirando el mar de Naguabo en esos veranos donde la casa de playa se
convertía en mi fortín personal de lecturas fantásticas, ajedrez,
Engelbert Humperdinck y su Hansel y Gretel, The Monkeys, Jonh Lennon sin Paul Macartney, The Carpenters,
o las horas dibujadas al asedio de las tirillas cómicas, recordaba a La
Atlántida, y me iba intruso hacia su voz, lacerado por lo invisible.
Platón hablaba de ella como si la hubiese caminado en un carromato de
palabras doradas y videntes. Luego la discursaba ilusionado, enhiesto en
substancia iniciática. La precisa descripción de los textos de Platón y
el hecho que en ellos se afirme que se narra una historia verdadera, ha
llevado a que, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, durante el Romanticismo, se hayan propuesto numerosas conjeturas
sobre la existencia y real ubicación de la isla. Fue una inundación, un
cataclismo, quizá la trasmutación veloz de los espíritus en agua, que
quedó vencida por el mito, sin saberse palpada o conquistada, al menos
por un soñador.
Yo la encuentro cerca de mis ojos. La sueño. Allí deambula Critias y
Timeo, errantes hermosos de una topografía en singularidad de ángeles.
Me atrevo a acercarme. Estoy desnudo. No existe nada material que me
elija. No existe oscuridad porque cuando la luz es uniforme en su
aliento de ondas y explanadas, la noche es imposible. Hay varias lunas
en una corona de aire y gran cielo en adivinanzas. Cirros morados como
de un fuego, esperando. Ahora, entre las luces escucho a un Solón
inconcluso entre agrios jeroglíficos egipcios contando al mundo la
sombra de La Atlántida. Yo, desangro mi cruzada en un supremo arcoíris,
amoroso, benéfico, sin comienzo, perpetuo. Amo mi pobreza, palabra
maldiciente en estos días de hartazgo consumista. Mi pobreza consiste en
desprenderme de los nombres, los títulos, los actos de posesión, los
insumos del deseo, antes, y ahora. Ser pobre en luz, porque nada me
queda de esa vieja piel marcada por los caminos. Mi espada escinde hacia
la gran palabra. Soy un mortal tranquilo, un ciudadano bajo duelos
iniciáticos. El alma crepita una candileja noble que ama, y ama en
verdad y para la verdad. He pisado la isla, demarcado su clima ya
invocado en los algoritmos, he visto desde ese desprendimiento el MUNDO
CERO. Lo que fui, ya no está, lo que soy es una riqueza más infinita
bajo toda ciudadela en agua. Nunca estuve en la pobreza, porque me he
visto desnudo en mi interior, y no fallezco. Y pensar que el niño que
abandoné en aquél mar de Naguabo, esperando el brotar de La Atlántida,
para contárselo a sus juguetes y libretas de aviso, vuelve irredento a
encontarse con ella, luego de Platón, e Ignatius Donelly, y tan pequeño,
tan incapaz de llamarse poesía, que otra vez apago mi lámpara y callo.
No es silencio, es otra manera de amar, este viaje.
Derechos Reservados.
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