James Hilton pudo nombrarla en su manuscrito de 1933, Lost Horizon con su imaginación garbosa, perdido dulcemente en la fruta de sus paisajes, en las fisuras astrales que le llenaban con visitas milenarias. La escribió isla, y luego la hizo paraíso. Ya el Génesis hacía mucho tiempo era pecado original, Adán y Eva estaban vestidos y Caín con el hueso del asno en rúbrica de sangre sobre Abel, el primer crimen de esta tierra. De modo que James Hilton era libre y ajeno a los oficios de la deidad para poderse definir amo de una estancia imaginaria, irradiando mosaicos para sonámbulos, cuchillos contra el insomnio, tapices para asfixiar la cotidianidad, y lámparas únicamente posibles para la desnudez. Fue tierno, James Hilton. Supo desnudarse con su propia lámpara y dejarla encendida para que ésta se derramada ante nosotros. Lámpara madura del ingenio. Giovanni Bocaccio en su Decameron imaginaba simientes entre el deseo, la sorna, el amor o la fortuna, pero Hilton se desviaba muy travieso al paroxismo. Pisó Shangri-La, se llenó con su aroma, borraba toda serpiente que pudiera enroscarse entre árboles de sabiduría, y se entregó a la elevación. No ha regresado.
Posiblemente voy a ser un intruso cuando pise la cercanía de su arena. Su amapola mal escrita con estrellas caídas, su cal para milagros, sus únicos dos puntos cardinales: Horizonte o eternidad. Confieso mi pequeñez, confieso el diminutivo de una voz que entra, desde adentro, y se presenta sencilla lejana de las gentes. Confieso tener pesadillas para piratas. También, la poesía no me ayuda, por el contrario, avisa más placer para quedarme. Pero un hombre como yo, se le haría muy difícil acercarme a un cuerpo celeste, tibetano, esplendor, dotado en un idioma para ángeles perdidos. Recordaba a Madame Blavatsky rompiendo los silencios para Isis, o luchando como una loca para que Isis no probara la ceguera de los velos. Anoche me tomaba un té entre rituales palaciegos. Mientras, me esfumaba en Shangri-La. La vi mujer, la vi como un amor con piel de salamandras y tambores, o como el amor de ese chico adolescente que llevó a su amada hasta Culebra para ver un amanecer. Con locura de música me deporto, insondable, también inconcluso. Las costas tienen tibieza de senos, y de palabras para besar los senos, y el cuerpo. Allí no existe la sombra de las vestiduras. No hay vacío.
Primero llegas como niño, y el agua sonrosa llagas de tu pasado, y las cicatriza. Después caminas lacerado con la luz de un sol entre pájaros diestros en visiones, o diestros en marcar la piel para nunca retornar. Los piélagos tienen estatuas de peces, colmenas hervidas en memorias para elegidos. Y piensas cuántas veces pudo perderse un poema de sal que hablara entre bautismos o salvaciones. A veces tiemblas como perdido, como despojado del mundo. Es que no hay mundo. Debes saber, si te arrodillas en Shangri-La, que el mundo que conoces, vives, maldices, deprimes, o sientes, no tiene cabida en esta limpia antigravedad. Tú, eres el único, y el amor tu lengua y tu comida. Te debes lealtad frente al umbral. Tu conciencia, ADN, raza en residencia, organismos del tedio, genuflexiones para el odio, todo, todo, se ama con la NADA. Próximo a ser tu propio pasajero, ardes, vital, sin regreso.
Ha sonado mi teléfono. Una realidad me trae desde la fugaz ciudadanía del gozo.
Nadie se pierde, sólo transmigramos.
Marioantonio Rosa. 2012
Derechos Reservados.
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