La mañana se abre hermosa con su herida serena,
dorada, entre silencios, o el ruido en la sombra de la hierba;
cabe toda esta mañana en esa golondrina que va a los ojos
en ese duelo de esplendor que solo aprenden los pájaros.
Amo callarme bajo esta visión,
no decir nada, ni árbol, ni ciudad, nada, solo callar
como si estuviese recibiendo un beso
desde todos los lugares inmensos de este paisaje
brotando del patio con una espada desnuda, mansa, surtidora.
Ahora estos troncos viejos,
majestades de unas hojas que fueron
antiguo verde que una vez fue una gimnasia de aire y sonido,
al menos era lo que yo pensaba ante esas diminutas caídas,
que en sorpresa desprendían la mano de Dios
y todo quedaba en lejanía.
Siguen de pie, estos luengos troncos
tirados como brazos de un siglo bebido en la adivinanza
tirados en sus océanos que ya no tienen música
callados como yo, frente a la visión ofrecida.
Madera tosca, habitada de pasajeros mudos
fieles pasajeros que fueron rocas, insectos o crisálidas
lenguaje sin otra ambición que la de abrazarse
o parecerse a la muerte cantando en el oído
Inmensidad,
tú que tienes verbo, fuego o sombra,
que trazas a este hombre que te mira, un celaje de vértigo,
un espejo de tierra, una posada al pie que duda,
dime dónde se rompe el tiempo
dónde puedo pensarme en soledad y rendirme
o más sencillo:
dónde está la poesía.
Marioantonio Rosa.© 2014
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