Un florero al sol,
y en él, tulipanes, otras músicas del
silencio,
la solemne regadera del día, rostro de
cristal,
gran abrazo de un invisible, después,
los ojos,
ventana en regreso, he visto la noche,
anduve en ella,
imaginé muchedumbres en la calma de sus
mesas,
el ruido de un tiempo, que aún no
conocía a su tiempo
imaginé los cuerpos, oscuros como
sílabas perfectas,
la asonancia, la afinidad, el
desequilibrio, la cortadura
y el alba en su espalda quemada por las
abejas,
todo mucho antes de despertar, de irme
despierto,
de crearme una frente entre ciudad
desbordada,
y unas letras, teclas de manifiesto, underwood girls,
-Pedro Salinas dormitaba dudoso en su
maquinilla-
Un café macilento, algunas cenizas de la
imagen,
pero creo que estaba viviendo, había
vida en los dedos,
una vida pasaba por la lengua y sus
estatuas,
y entonces, el poema devoraba su
oquedad,
letra a letra, solo, se hallaba con su
reflejo, tenía párpados,
puso en el verbo un carrousel y un
jardín, pudo ser niño,
se sentaba en los australes contemplando
la caída del día,
su desplome magnífico, su propia
inmolación,
y todo en mí, era la posesión de
escribirse,
esa mano de flechas voraces decapitando
sin despertar,
vivir, vivir sobre mí o lejos de mí,
duro en relojes de arena,
vivir como todos los rostros imaginados,
vivir desnudo,
en todos los celajes bajo la invasión
del lenguaje,
viaje poderoso, aire solo, palabra por
palabras,
deseo en esta hora,
sobrevivir el espacio, su llaga de
luces,
y detenerme a contarlo todo
manera despiadada,
de seguir despertando.
Marioantonio Rosa.© 2013
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