(a un tema de Paul Valery)
Yo estuve en alta mar,
al cementerio azul donde el silencio cae de lámparas
y la muerte conversa hacia sus viajes,
en su luz acuartelada y sin nombre
ebria de hombres hiriéndose, limpia de tijeras,
abrasadora como una hembra en el celaje,
luego del después y la barranca de sus espejos;
yo fui en alta mar, esto que se va perdiendo,
esto que tiene maduras lanzas de silencio.
En alta mar, mi religión de náufragos.
Escucha,
yo nunca regreso a tí, porque en la espuma
me enreda la canción triste de tu asombro
y comienzan como ciudades tus párpados;
todo se alumbra en desnuda sal de las sorpresas,
y el pequeño beso, donde respiro pequeño.
Agua, mar, todo océano,
mira amor que ya tu conoces mi muerte
porque moriste conmigo entre noches que se esconden
ya víctimas de tu puño cerrado de visiones,
y no sé de qué arena te multiplicaste, no te conozco,
quemada en ese zodiacio que nos hacía fuertes,
zodiaco hervido por la huella abandonada,
la mueca sin par que nos llamaba desnudos.
Marejadas,
si te quedases conmigo, en el entierro,
como Paul Valery en su patio de delfines
y te sintieras como el único pez que me sobrevive
si tan solo en un instante como una moneda
entraras por todas las comisuras y heridas de la magia,
o al menos caminar sobre las aguas,
bellos, sonámbulos,
y olvidar lo que seremos.
Si tan solo pudiera contigo,
terminar este poema.
Yo estuve en alta mar,
al cementerio azul donde el silencio cae de lámparas
y la muerte conversa hacia sus viajes,
en su luz acuartelada y sin nombre
ebria de hombres hiriéndose, limpia de tijeras,
abrasadora como una hembra en el celaje,
luego del después y la barranca de sus espejos;
yo fui en alta mar, esto que se va perdiendo,
esto que tiene maduras lanzas de silencio.
En alta mar, mi religión de náufragos.
Escucha,
yo nunca regreso a tí, porque en la espuma
me enreda la canción triste de tu asombro
y comienzan como ciudades tus párpados;
todo se alumbra en desnuda sal de las sorpresas,
y el pequeño beso, donde respiro pequeño.
Agua, mar, todo océano,
mira amor que ya tu conoces mi muerte
porque moriste conmigo entre noches que se esconden
ya víctimas de tu puño cerrado de visiones,
y no sé de qué arena te multiplicaste, no te conozco,
quemada en ese zodiacio que nos hacía fuertes,
zodiaco hervido por la huella abandonada,
la mueca sin par que nos llamaba desnudos.
Marejadas,
si te quedases conmigo, en el entierro,
como Paul Valery en su patio de delfines
y te sintieras como el único pez que me sobrevive
si tan solo en un instante como una moneda
entraras por todas las comisuras y heridas de la magia,
o al menos caminar sobre las aguas,
bellos, sonámbulos,
y olvidar lo que seremos.
Si tan solo pudiera contigo,
terminar este poema.
Marioantonio Rosa.© 2014
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