Pasa el aguacero:
parece que deja muchos de sus torsos regados en celajes,
y la rota entrada del sol los ilumina a soledad
la hierba lucha contra la piel de un destello desconocido
y a través de la ventana, el paisaje en su océano,
como el deseo, va encontrándose las ganas.
Hago círculos en tu espalda,
círculos leves, sin rostro o nubes;
beso tus hombros tibios y marítimos, soleados por el alma,
y llego al silencio del coxis,
donde se anuda el reino silvestre de la cintura.
Hablas bajito, como una nana tejiéndose,
hay una niña perdida en esa voz que apenas me alcanza
y me pierdo de mí, para llegar hasta su sed,
hago prender un río simple que la descubra.
Miramos el reloj,
ese reloj olvidado de las ciudades,
y esos rejones tibios donde los ojos arrasan su lenguaje
nos sirven a una nueva desnudez,
junto a otro de esos siglos donde acampan los gemidos,
Ahora,
la tarde hace caer sus colinas de ocaso,
y una taza de café, nos encuentra.
Marioantonio Rosa.© 2014
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